En este artículo, Begoña Cristeto, socia responsable de Automoción e Industria de KPMG en España, expone su análisis sobre la industria española ante el COVID-19 y una visión futura a la crisis. Este contenido forma parte de ‘Reflexiones para la recuperación’, un espacio del Foro de Marcas donde se comparten los análisis y las reflexiones de expertos frente a la crisis generada por el COVID-19.
Estamos ante una pandemia que está suponiendo uno de los mayores retos a los que se ha tenido que enfrentar la economía mundial desde la Gran Recesión. En primer lugar por su rápida expansión y su carácter global afectando a prácticamente todos los países del mundo, pero sobre todo por las extraordinarias medidas que se están implementando, tanto desde el punto de vista sanitario con el fin de frenar su contagio, como desde el económico, para tratar de paliar los efectos de una paralización casi total de la actividad económica en países como España e Italia, a la que sin duda les seguirán otros países o zonas geográficas en una crisis que va de este a oeste con un decalaje de unas dos semanas.
Pero, sobre todo, el COVID-19 está suponiendo un gran reto por la incertidumbre que genera. Una incertidumbre que no tiene precedentes en la historia reciente, y que está provocando la puesta en marcha por los Gobiernos de todos los países, de medidas inéditas que se van sucediendo día a día superando y poniendo a prueba nuestra percepción de los límites de la tolerancia y la resiliencia.
Sin duda el RDL 10/2020 constituye uno de esos puntos de inflexión impensables hasta hace poco, y que ha supuesto un paso más en la paralización de la actividad económica.
«El COVID-19 está suponiendo un gran reto por la incertidumbre que genera. Una incertidumbre que no tiene precedentes en la historia reciente»
La incertidumbre que generó en el sector industrial español dicho Decreto Ley, y las correspondientes aclaraciones realizadas por el Ministerio de Industria, obligaron a las empresas a establecer medidas de emergencia a todos los niveles que les permitieran cuando la crisis sanitaria finalice, recuperar la producción con la menor repercusión posible en empleo y en destrucción de su tejido productivo
La industria, por su propia naturaleza, no puede paralizar su actividad en 24 horas, ya que requiere una paralización programada y ordenada de su capacidad productiva, sus labores de mantenimiento y, en definitiva, establecer las medidas necesarias para minimizar daños en su cadena de producción. Al igual que está estructurando y programando la vuelta a la actividad, permitida escalonadamente y para ciertas industrias desde el lunes 13 de abril, pero muy condicionada por la caída drástica en muchos casos de una demanda con un negro horizonte de recuperación.
El cierre de actividad ha sido desigual entre los distintos sectores industriales como lo está siendo la vuelta a la recuperación de la actividad. Desde la paralización total del sector de automoción, a sectores declarados como esenciales para nuestra economía como el papelero, químico o siderúrgico, donde la incidencia está siendo menor, aunque puede afrontar dificultades adicionales en las próximas semanas por su dependencia de las cadenas de suministro globales, muy afectadas ante la hibernación de la economía mundial y las restricciones impuestas a la movilidad.
En este momento no cabe ninguna duda que el objetivo prioritario es la lucha sanitaria y la protección de la salud de las personas, pero es importante no perder de vista las consecuencias económicas que el COVID-19 va a tener en nuestra industria y en el conjunto de la economía.
«Desde el punto de vista empresarial, las empresas deben apostar por optimizar sus estructuras, de procesos, productivas y financieras, ser más eficientes en costes, redefinir sus estrategias de mercado y minimizar el impacto en su cadena de suministro»
La OCDE estima una caída de 2 puntos del PIB por cada mes que dure la paralización de la economía de un país, efecto que en España puede ser mayor debido a la propia estructura de nuestro tejido productivo. No olvidemos que más del 99 % de empresas son pymes y micropymes, y que nos enfrentamos a una más que probable caída significativa el consumo, la inversión y de las exportaciones. Una caída que será más o menos profunda en función del tiempo que pueda durar esta crisis, la efectividad o no de las distintas medidas adoptadas y que se puedan adoptar en los próximos días por el Gobierno, al periodo de vigencia y su intensidad y lo que es más importante a su efecto en la protección del tejido productivo.
Los impactos en el corto plazo que estamos viviendo son muy significativos, pero preocupa también el escenario en el que deberemos afrontar la necesaria recuperación. En este escenario, no hay recetas mágicas ni certezas absolutas, pero sí hay algunas claves importantes.
En primer lugar, es necesario un esfuerzo coordinado de lo público y lo privado con medidas que mitiguen el impacto social, con medidas que apoyen el mantenimiento de nuestras capacidades productivas y con otras de estímulo al consumo para incentivar una demanda que ha desaparecido.
Desde el punto de vista empresarial, las empresas deben apostar por optimizar sus estructuras, de procesos, productivas y financieras, ser más eficientes en costes, redefinir sus estrategias de mercado y minimizar el impacto en su cadena de suministro para afrontar una nueva realidad en la que, sin duda, las reglas del juego van a cambiar.
Durante años el objetivo de minimizar costes ha llevado a las empresas industriales a descomponer su actividad productiva en largas cadenas de valor, produciendo cada fase de esa cadena allí donde era más barato. Lo mismo ocurría con la compra de consumos intermedios. ¿Con que consecuencia? Se han creado “clusters” de suministradores en áreas o países que eran capaces de suministrarlos a bajo precio pero con una importante concentración del riesgo, de manera que, si falla la fuente de suministro, se paraliza toda la cadena de producción. Muchas industrias no fueron capaces de ver la vulnerabilidad de este sistema de producción.
Por ello, con independencia de la duración y profundidad de la crisis a corto plazo, veremos, una vez superada la misma, una revisión completa de las vulnerabilidades de las cadenas de valor y una diversificación de las fuentes de suministro. Sin duda, tendremos quizás que aceptar unos mayores costes en la cadena de producción a cambio de garantizar su funcionamiento, pero sin olvidar la oportunidad que se abre a nuestras empresas de repatriación de ciertas actividades productivas.
El objetivo a corto plazo es sostener las empresas y los negocios. A medio plazo el reto es apostar por la flexibilidad y la agilidad para adaptarse a este nuevo contexto desde el diálogo y la cooperación.
Es el momento de un nuevo esfuerzo colectivo de administraciones, empresas y trabajadores en el que todos debemos aportar con el objetivo último de preservar nuestras capacidades productivas y empleo y apostar por la recuperación tras esta crisis sin precedentes.