Maria Andrés Marín – Directora de la Oficina del Parlamento Europeo en España
Tras horas dramáticas de debate y ya en tiempo de descuento respecto al calendario previsto, la última cumbre del Clima de Naciones Unidas (COP28) finalizó el 13 de diciembre en Dubái con un texto que exige abandonar progresivamente los combustibles fósiles por primera vez en la historia de estas cumbres mundiales. ¿Se trató de la esperada revolución global o de un paso de hormiga en la carretera hacia el abismo climático?
Hace tiempo que el término calentamiento global ha abandonado las páginas de las revistas científicas para instalarse en la noticia central de cualquier telediario. 2023 superó todos los récords de temperatura desde que hay registros y las inundaciones en Libia o los incendios en Grecia del pasado verano dejan poco margen para las dudas.
Y sin embargo, el desabastecimiento de materias primas provocado durante la pandemia o las crisis energética y alimentaria por la guerra en Ucrania, la carrera por la inteligencia artificial y las tierras raras o las crecientes hostilidades entre EEUU y China han desinflado artificialmente nuestro sentido de emergencia climática: quizás no sea el mejor momento geopolítico para lastrar nuestra competitividad industrial con más restricciones en aras de una mayor sostenibilidad, alertan algunas voces en Europa. Ahí radica el error: en la asunción de que nuestros hijos seguirán abocados a elegir entre industria o clima.
La UE lleva años empeñada en convertir la crisis climática en una oportunidad para la futura competitividad de nuestras empresas. Sí, todavía es posible reinventarse con doble apellido, en clave industrial y verde… pero no tenemos tiempo que perder y tener un calendario ambicioso será, en realidad, nuestra mejor ventaja competitiva.
En 2019 el Parlamento Europeo acababa de declarar la ‘emergencia climática’ en una resolución cuando una Comisión Europea recién nombrada lanzó el Pacto Verde Europeo, con el objetivo de liderar esta batalla convirtiéndonos en el primer continente climáticamente neutro. Y como son el presupuesto y los plazos los que convierten en estrategia cualquier narrativa, enseguida se creó el Plan de Inversiones del pacto verde en 2020, apalancando fondos públicos con inversión privada a través de programas como InvestEU y más tarde con el Mecanismo para la Transición Justa, otro fondo adicional post-covid destinado a proporcionar apoyo específico a la transición de las regiones más dependientes del carbón.
Con el mismo criterio se constituyó también el nuevo Fondo Social Europeo, que da apoyo económico específico a los hogares, pymes y usuarios de transporte especialmente afectados por la pobreza energética.
Atravesado ya lo peor de la pandemia, entendimos que la magnitud de los retos económicos exigía una ambición similar. Nacieron así los Fondos NextGen con la condición de ejecutar al menos un 30% de cada paquete nacional de recuperación en inversiones verdes. En paralelo, el Parlamento Europeo desarrolló el ‘Fitfor55’ u ‘Objetivo 55’, un paquete de leyes encaminadas a lograr reducir las emisiones globales un 55% para 2030. La Ley del Clima, adoptada ya al inicio de la legislatura, había convertido este objetivo en una meta jurídicamente vinculante.
Entre las medidas del ‘Objetivo 55’ se adoptaron, entre otras normas, la reducción de gases de efecto invernadero en el sector forestal, legislación vinculada a combustibles aéreos y marítimos sostenibles o la multiplicación de puntos de carga para vehículos eléctricos en Europa.
En 2022, Ucrania y la guerra energética se sumaron al desgaste de la pandemia. Estados Unidos desarrolló su macro paquete de estímulos financieros para luchar contra la inflación (Inflaction Reduction Act), a lo que la UE responde ahora con el desarrollo de un ambicioso Plan Industrial Verde: el título, de nuevo, convertido en declaración de intenciones. Reinventarse en clave sostenible, sí… pero sin perder competitividad.
El primer ministro Pedro Sánchez cerró 2023 en el Parlamento Europeo con un balance de la Presidencia española del Consejo. Una gran parte del discurso estuvo centrado en los logros verdes de este semestre, pero con guiño a la competitividad: “porque para nosotros, los europeos, frenar el cambio climático y la degradación medioambiental no es solo una cuestión de supervivencia, es también una inmensa oportunidad (…), nos va a permitir crear nuevas industrias, vamos a crecer en un punto adicional del PIB cada año y más de un millón de nuevos empleos se van a poder crear solo en esta década”.
Y gracias a las reformas legislativas que culminarán en este semestre de Presidencia belga, la última de esta legislatura, también nos ayudará a reducir aún más nuestra dependencia de la energía y materias primas procedentes del extranjero; abaratará sustancialmente la factura de los hogares, con la reforma del mercado eléctrico, y hará más competitivas, sostenibles e innovadoras a nuestras empresas. O quizás no tanto, porque la profundización en cada uno de estos retos dependerá de los próximos actores y de la democracia europea que definamos entre todos, el próximo 9 de junio. Considerando el inestable contexto geopolítico actual, participar en estas elecciones será un acto de gran responsabilidad.