Marta Nodal — Directora regional de Atradius Crédito y Caución España, Portugal y Brasil
Durante las últimas tres décadas los procesos de fabricación global se han acelerado gracias a los acuerdos comerciales. Las diferencias de costes salariales, la reducción drástica de los costes de transporte y el avance de las tecnologías de la información, que redujeron los costes de las comunicaciones, han dado una escala global a las cadenas de valor. La evolución de la participación de China en la economía mundial es probablemente el efecto más destacado de este cambio. En 1990, Alemania, Estados Unidos y Japón eran los tres nodos centrales que conectaban los flujos comerciales entre continentes. China era un eslabón diminuto con una participación muy baja en las cadenas globales de valor. Sin embargo, en 2019 China no solo había sustituido a Japón como nodo central en Asia sino que había reemplazado a Estados Unidos como el segundo mayor nodo de las cadenas de valor, solo por detrás de Alemania.
Estos procesos explican, en gran medida, las tasas de crecimiento de la economía mundial, la evolución del comercio y los bajos niveles de inflación hasta la pandemia del Covid-19. La situación creada por la emergencia sanitaria ha generado fuertes perturbaciones en estas nuevas cadenas globales que todavía subsisten. Por primera vez desde que se intensificaron los procesos de globalización, hace más de tres décadas, el mundo ha afrontado en los dos últimos años serios problemas de abastecimiento y carestía que han abierto el debate sobre la relocalización.
La pandemia de Covid-19 no llegó a Europa hasta marzo de 2020. En los dos meses previos vivimos el cierre inicial de fábricas en China, que tuvieron un efecto inmediato sobre la producción mundial de bienes manufacturados. Cuando la producción china se recuperó, el cierre de fábricas en Europa y Estados Unidos provocó nuevas perturbaciones en la producción mundial, que no comenzó a recuperarse hasta la segunda mitad de 2020.
Tras este shock inicial de oferta sobrevino una crisis de demanda. El exceso de ahorro de los hogares, los estímulos fiscales y la imposibilidad de consumir determinados servicios desencadenaron un mayor comercio de mercancías, que trastocó la cadena logística mundial. Los costes de envío se dispararon, debido a la mala distribución de los contenedores de transporte, y varios puertos tuvieron problemas para procesar la carga debido a la escasez de estibadores y conductores de camiones. Ya en 2022, la invasión de Ucrania ha exacerbado las perturbaciones, incrementado los precios de las materias primas y distorsionado la cadena de valor europea, especialmente en el sector del automóvil.
Las previsiones de Crédito y Caución apuntan a que las perturbaciones logísticas que vivimos se prolongarán, al menos, hasta 2023. Su resolución será lenta y gradual. Los intensos cambios que hemos vivido en la oferta y la demanda mundial en los dos últimos años han generado un desajuste en la asignación de contenedores a los lugares adecuados. Esto no quedará resuelto, al menos, hasta el año que viene, lo que mantendrá los costes de transporte elevados a corto plazo. Tampoco quedará resuelta a corto plazo la falta de semiconductores. Ciertamente, los datos recientes sugieren que la escasez de chips ha superado su punto álgido, ya que los principales fabricantes de Asia están aumentando la producción. También ayudará que los consumidores han empezado a desviar parte de su consumo de bienes por el de servicios. Por otro lado, la invasión de Ucrania está acelerando algunas tendencias, en especial, la reorientación de Rusia hacia China, India y el Asia Central.
¿Hasta qué punto estamos ante un punto de giro en la globalización? Sin duda, los problemas logísticos que afrontamos están reconfigurando ya las cadenas de valor de muchas empresas pero es necesario matizar el alcance de estos cambios. Sin embargo, a pesar de las dificultades que afrontamos, no es evidente que una conmoción como la de Covid-19 provoque una aceleración de la deslocalización. Las anteriores perturbaciones importantes de la cadena de suministro, como el terremoto de 2011 en Japón, no dieron lugar a la deslocalización como respuesta.
Sin embargo, los importadores redujeron su dependencia de Japón en favor de las economías en desarrollo de bajo coste. Tras la crisis de Covid-19, la deslocalización será una opción viable y probable solo para algunas industrias de alta tecnología, propensas a las presiones proteccionistas. Esto puede incluir bienes esenciales -como los equipos médicos- o bienes estratégicamente importantes desde una perspectiva económica o tecnológica, como la automoción y la electrónica.
Una segunda tendencia será la diversificación de proveedores, para aumentar la solidez y la resistencia ante un shock negativo que afecte a los suministros. Sin embargo, el mantenimiento de proveedores alternativos impone costes adicionales a las empresas, ya que deben invertir en múltiples proveedores para adaptar los insumos y asegurarse de que las piezas y componentes de diferentes fabricantes encajan entre sí. Algunas industrias, como la de fabricación de semiconductores, están muy concentradas en unos pocos países, porque la importante inversión inicial en producción limita el número de proveedores. La diversificación es más probable en las industrias de baja tecnología y bajo coste, como la textil y la confección. Además de las industrias de baja tecnología, la diversificación también ofrece oportunidades en las industrias de servicios de mayor valor añadido.
En cualquier caso, cabe recordar que la pandemia de Covid-19 se produjo en un momento en el que las principales fuerzas motrices de la producción internacional atravesaban ya en un punto de inflexión hacia un mayor proteccionismo comercial que ha estabilizado la globalización. Desde 2008, las exportaciones mundiales como proporción del PIB se han mantenido más o menos constantes. La previsión de los analistas de Crédito y Caución es que esta situación se mantenga.
A lo largo de las últimas décadas, el avance de libre comercio ha sido una de las principales palancas que explica los reducidos niveles de precios que hemos vivido hasta 2021. De hecho, Estados Unidos contempla reducir los aranceles impuestos antes de la pandemia, como un mecanismo más para reducir los niveles de inflación actuales. En el otro lado, es poco probable que China quiera crear una estructura comercial regional que pueda perjudicar su relación comercial con las economías avanzadas: el comercio con Estados Unidos y sus aliados en Europa y Asia sigue representando más del 70% del comercio exterior de China, frente a sólo el 4% con Rusia e India.
Sin duda, las empresas realizarán ligeros ajustes en sus estrategias de producción, por ejemplo, manteniendo mayores inventarios de bienes críticos, como los suministros médicos. También es posible que se produzca una deslocalización limitada, pero esta tendrá más que ver con que los costes laborales en algunos centros de fabricación, sobre todo en China, aumentan a medida que asciende en la cadena de valor. Es decir, se tratará de deslocalizaciones que habrían ocurrido independientemente de los actuales cuellos de botella. Pero los fundamentos económicos que explican la existencia de las cadenas globales de valor siguen siendo válidos, como ya lo fueron durante la crisis financiera de 2008-2009. Por eso, no debemos esperar cambios significativos en las estrategias de producción tras la pandemia de Covid-19 y las invasión de Ucrania ni un gran retroceso en la escala de la globalización. El argumento más importante es que la razón fundamental por la que existen las cadenas globales de valor -la heterogeneidad de los costes laborales- sigue siendo válida.